Época: Alejandro Magno
Inicio: Año 334 A. C.
Fin: Año 323 D.C.


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Comentario

No hay duda que la labor de los remeros era dura. Trabajaban apiñados, separados apenas un metro del inmediatamente anterior en su mismo nivel, unos pocos centímetros del anterior superior y, en el caso de más de un remero por pala, la distancia mínima para evitar la interferencia con los codos de su compañero de boga. Incluso en los períodos de reposo, el barco no ofrecía ninguna posibilidad de un acomodo medianamente confortable para la tripulación.
En el interior de un barco catafracto (cerrado), a la escasez de sitio había que sumar un ambiente agobiante. Por un lado, pese a cubrir las portas de los remos con los askomata debía ser difícil evitar las salpicaduras, sobre todo en el puesto del remero inferior (el thalamites), cuya porta distaba unos 40 ó 50 cm de la superficie del mar en calma. Por otro lado, como consecuencia del bajo rendimiento termodinámico del ser humano, la cantidad de energía liberada en la bodega del buque en forma de calor era unas cuatro veces la proporcionada a los remos. Si no se garantizaba la ventilación, además del calor, el ambiente debía encontrarse viciado debido a la reducción de oxígeno y el aumento de dióxido de carbono como consecuencia de la respiración, así como al aumento de vapor de agua proveniente de la transpiración. Para empeorar las cosas, la época de navegación se desarrollaba en los meses más calurosos.

En los primitivos barcos de casco abierto no existía el problema de la ventilación, pero conforme aumentaron su protección pasiva, hasta llegar al catafracto (cerrado), se hizo necesaria la instalación de enrejados laterales y en cubierta para renovar el aire en la bodega. La importancia de la ventilación radicaba en la pérdida de potencia que suponía el aire enrarecido. Se ha comprobado sobre un ergómetro que un hombre pedaleando con el aire en reposo puede suministrar 150 W durante media hora y 400 W durante unos minutos; mientras que si existe una corriente de 12 m/s, consigue 400 W durante una hora.

Sobre las galeras medievales se decía que era posible olerlas antes que verlas; eso debía ser, también, aplicable a las remes. Aunque en este caso, al ser hombres libres, es de suponer que las condiciones higiénicas se cuidasen, tanto por propio interés de los tripulantes como por las ordenanzas. Defecar u orinar en el puesto de boga es probable que estuviera penado; y siempre que fuera posible, al fondear se limpiarían los barcos. Aristófanes, en Las ranas, cuenta con cierta ordinariez los efectos de la proximidad de los rostros de los thalamites a los traseros de los zygites.